miércoles, 4 de mayo de 2011

ARZU ARZU Y MAS DE ALVARO ARZU

El Consuelo de Arzú
Lo que sobrevino fue una frustración más.
Juan Luis Font

Nominar a su esposa candidata a la Presidencia se refleja como una decisión difícil de comprender, por decir lo menos, de Álvaro Arzú. Proyecta la idea de que en su partido no hay de dónde escoger o que nadie, sino ella, cuenta con la confianza del Alcalde.

Se trata de un alcalde que bien podría ser hoy reelecto por un electorado más conforme que entusiasta con la marcha de la capital. Ganar por cuarta vez, tercera consecutiva, la misma plaza electoral, no es poca cosa en ninguna parte del mundo. Pero en Guatemala eso y más lo logran Arnoldo Medrano –y otro montón de alcaldes– y de ahí que resulte insuficiente para Álvaro Arzú.

El expresidente anhela una reivindicación para la afrenta de 1999. Su partido logró entonces, como ninguno antes, que el candidato oficialista fuera considerado una opción real de triunfo. La victoria de Alfonso Portillo nominado por el FRG fue un trago amargo para un gobernante que se veía en los méritos de su administración. Aquellas calcomanías adheridas al bómper de no pocos carros (bien pulidos todos ellos, de reciente modelo) rezaban “Yo soy testigo del cambio”. El cambio consistía en adoptar desde el gobierno las formas de la empresa privada, desvalijar (el término en uso era “desincorporar”) los activos del Estado y otorgarle pronto a terceros interesados (muchos buenos amigos o parientes del régimen) la ejecución de las obras y la prestación de los servicios.

Sin embargo, Arzú entregó el poder con la propiedad de un político de primer mundo. Recibió a Portillo en la Casa Presidencial, fue afable y respetuoso, le dio un par de recomendaciones personales y se alejó de la vida pública. Pero ante la debacle que supuso el gobierno del FRG, que se dedicó a aprovechar todas las opciones de negocio y saqueo que habían quedado dispuestas, sus más cercanos no se cansaban de reprochar a quienes habían criticado al rubio exgobernante cuan caro pagaba el país su ceguera. Su retorno a la alcaldía y más tarde su reelección sirvieron como pequeñas reparaciones, siempre insuficientes.

Por eso, cuando al revisar las encuestas preelectorales en 2010 y notar que sólo aparecían 2 precandidatos en el radar, distanciados por un abismo uno del otro, pensó que sería ocasión de cobrar aquella vieja deuda. El anuncio de su pretensión de volver a ser Presidente, soñó, provocaría un movimiento nacional que le llevaría si no al Palacio Nacional debido a la prohibición constitucional, al menos demostraría que los guatemaltecos contritos reconocen la diferencia entre su gobierno y el resto.

Pues no. Lo que sobrevino fue otra frustración más. No hubo largas colas frente a las mesas de recolección de firmas de apoyo, ni hubo adhesiones públicas que merecieran la pena. Peor que el silencio fue el resultado modesto del esfuerzo de sus incondicionales que llegaron a amenazar a los empleados de la alcaldía con la pérdida de sus plazas si no traían los listados de firmas llenos.

Después de la desazón vino una fugaz cordura. El magistrado amigo le dijo que aquello era insensato y resultó fácil admitirlo. Fue entonces cuando resurgió la ocurrencia, vislumbrada como un fogonazo hace ya tiempo, de nominar a su esposa Patricia como vicaria de sus aspiraciones. Y así llegamos a este capítulo de la historia.